Cierto día la maestra encargó a los niños de preescolar la difícil tarea de aprender a diferenciar entre los animales acuáticos y los terrestres. Para ello diseñó un folleto que llenó de una colorida selección de animales de diversos tamaños, variada apariencia y diferentes hábitats. Entregó a cada alumno un folleto y encargó solemnemente regresarlo al día siguiente habiendo encerrado en un circulo azul aquellos y solo a aquellos animales que vivieran en el agua, y en un circulo rojo a los que vivieran en la tierra.
Al llegar a casa, y tras tomar un plato de sopa caliente, una de las pequeñas que componían el grupo de aquellos alumnos se dispuso a cumplir con la misión recién encomendada. Se sentó en una mesita igual de pequeña que ella y sacó de entre sus pertenencias los utensilios para hacer los deberes escolares.
Mientras la nena se acomodaba, su madre como siempre se sentó junto a ella para supervisar las tareas; entonces la diligente alumna, dueña de una cabecita rubia con ojos chispeantes le mostró a su madre el hermoso folleto que contenía el objeto de estudio.
-¡Hagámoslo juntas! dijo la madre tras revisar los dibujos.
-Está bien- contestó feliz la chiquilla.
Tras repetir las instrucciones la madre señaló un hermoso delfín nariz de botella y preguntó: «¿Dónde viven los delfines?»
-¡En el aguaaa!- respondió entusiasta la pequeña, encerrando en un círculo azul al animalito tal cual rezaban las instrucciones.
-¡Bravo!- dijo la madre, -muy bien, sigamos con otro, ahora, dime ¿Dónde vive él?- refiriéndose a un gordo gusano verde con una sonrisa dibujada a plenitud.
-¡En la tierraaa!- contestó la rubia, mientras encerraba en un círculo rojo al gusano feliz.
-¡Excelente!- aplaudió la madre, -veamos otro- dijo, al tiempo que señalaba a un grupo de ratones grises y de largas colas anilladas.
-¿Dónde viven estos ratoncitos?- preguntó la madre.
-¡En la estufaaa!- orgullosa respondió al instante la pequeña, con la felicidad que causa la certeza de tener siempre la razón.