Nada turba mi ser, pero estoy triste. Algo lento de sombra me golpea, aunque casi detrás de esta agonía, he tenido en mi mano las estrellas. Debe ser la caricia de lo inútil, la tristeza sin fin de ser poeta, de cantar y cantar, sin que se rompa la tragedia sin par de la existencia. ¿Ser y no querer ser? esa es la divisa, la batalla que agota toda espera, encontrarse, ya el alma moribunda, que en el mísero cuerpo aún quedan fuerzas. ¡Perdóname, oh amor, si no te nombro! Fuera de tu canción soy ala seca. ¿La muerte y yo dormimos juntamente? Cantarte a ti, tan sólo, me despierta.
El Atrapasueños (Leyenda Lakhota )
¿Sabes de dónde vienen los atrapa sueños o también llamados atrapa pesadillas que cuelgas sobre tu cama? Hoy voy a contarte una leyenda antigua proveniente del pueblo Lakhota, gente de gran sabiduría y a quienes debemos el regalo del magnífico atrapasueños. Pero antes debes saber que los Lakhota son parte de la tribu Sioux. Con el tiempo y la llegada de los colonos europeos se convirtieron en un pueblo nómada que llegó a ocupar los estados americanos de Minnesota, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska y Wyoming. Estaban divididos en dos grandes grupos, los Dakota y los Lakhota, estos últimos se convirtieron en poderosos cazadores dominando las praderas gracias al uso de caballos.
Así pues, cierto día un anciano líder de los Lakhota decidió subir a la montaña en busca de sabiduría y conocimiento en forma de visiones, que luego transmitiría a su pueblo de viva voz. Allí, en la cima de la montaña el gran espíritu Iktómi, maestro de la sabiduría, se le apareció al anciano líder, adoptando la forma de una araña.
Iktómi habló con el viejo en el lenguaje sagrado que solo los líderes de las tribus entendían, sobre la vida y otras verdades. Así pues, le contó al anciano que la vida es un círculo que se repite pero a su vez continúa en constante movimiento a medida que las personas nacen una y otra vez en diferentes épocas. Mientras hablaba, el espíritu sabio comenzó a tejer un circulo tomando el pelo y las plumas del penacho del viejo líder.
«Todos nosotros tenemos muchas caras cada vez que nacemos, y algunos de nosotros somos buenos y malos. Debes recordar que debes solo preocuparte por las cosas buenas y las personas buenas. Si haces eso, el bien te guiará. Pero si solo te concentras en las cosas malas nunca nada bueno se cruzará en tu camino. Entonces las cosas malas te lastimarán y alejarán tu felicidad. Después de todo, muchas son las fuerzas que gobiernan esos territorios.
La armonía de nuestras vidas depende de muchos factores. Muchas de esas fuerzas tienen un papel que desempeñar en esta armonía cósmica. Pero debes ser conscientes que es el propio pueblo quien elige qué fuerza decidirá su armonía. Si escuchas las cosas malas, sucederán cosas malas. Pero si escuchas las cosas buenas, sucederán cosas buenas”.
Mientras la araña sabia hablaba, hizo un círculo perfecto pero lo comenzó de adentro hacia afuera lo que produjo un agujero en el centro del círculo. Entonces la araña siguió hablando.
“Esta red de hilos atrapará las cosas buenas si crees en el bien. Y las cosas malas saldrán por el agujero del medio. Y si crees en las cosas malas, las cosas malas se quedarán y las cosas buenas se irán de en medio, Úsala para ayudarte a ti mismo y a tu gente, es poderosa y puede retener visiones y sueños”.
Con esto Iktómi desapareció dejando al anciano líder agradecido e iluminado por el obsequio y los consejos recibidos. De inmediato emprendió la cuesta hacia abajo de la montaña para regresar a su pueblo y transmitirles la recién adquirida sabiduría. Como consecuencia, las tribus comenzaron a usar los atrapasueños concentrándose en su poder positivo para retener siempre lo bueno en sus vidas.
El Ángel De Los Números (Rafael Alberti)
Vírgenes con escuadras y compases, velando las celestes pizarras. Y el ángel de los números, pensativo, volando, del 1 al 2, del 2 al 3, del 3 al 4. Tizas frías y esponjas rayaban y borraban la luz de los espacios. Ni sol, luna, ni estrellas, ni el repentino verde del rayo y el relámpago, ni el aire. Sólo nieblas. Vírgenes sin escuadras, sin compases, llorando. Y en las muertas pizarras, el ángel de los números, sin vida, amortajado sobre el 1 y el 2, sobre el 3, sobre el 4...
Dones (Luis G. Urbina)
Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría ingenua; su ironía amable: su risueño y apacible candor. ¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía, tú me hiciste el regalo de tu suave dolor. Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura, el anhelo nervioso e incansable de amar; las recónditas ansias de creer; la dulzura de sentir la belleza de la vida, y soñar. Del ósculo fecundo que se dieron dos seres el gozoso y el triste- en una hora de amor, nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres quien me ha dado el secreto de la paz interior. A merced de los vientos, como una barca rota va, doliente, el espíritu; desesperado, no. La placidez alegre poco a poco se agota; mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota de mis ojos la lágrima que la madre me dio.
La Paloma (Cuento, Emilia Pardo Bazán)
A nuestro padre el zar.
Cuando nació el príncipe Durvati primogénito del gran Ramasinda, famoso entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y conquistadores. En vez de confiar al tierno infante a mujeres cariñosas, le confiaron a ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles se encargaron de destetar y zagalear a Durvati, endureciendo su cuerpo y su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el costado de una tigresa domesticada, que a veces, como en fiesta, daba al principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno pues se familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparable de la gloria.
A los dieciocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la comarca de Sogdiana y Bactriana, para someterla. Se erguía Durvati sobre un elefante que llevaba a lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble y en sus defensas relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de clavas cercaba al príncipe, y cuando se trataba de lid, Durvati se estremecía, sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas, despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati osó preguntar a su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría mucho y si placía a Brahma que la gente sufriese. Y Ramasinda, colérico de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero, sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: “Mira delante de ti la suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán. El mortal madura como el grano y como el grano renace.” Acababa de pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha y vino a fijarse, temblando, en la espalda del rey. Durvati, precipitándose hacia su padre, solo alcanzó a recibirle en brazos moribundo. La tropa, después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó a Durvati, gritando que era preciso llevar a sangre y fuego aquel país, y que el nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.
Aquella noche, el huérfano se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Se le representó otra vez el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había atrevido a derramar en presencia del Ejército, pero que ahora fluía copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor, le pareció que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, a su parecer, una blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes verdiazules, de benignos y amorosos ojos negros, que arrullando mansamente murmuraba a su oído una frase misteriosa. El arrullo calmó las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto, reparador. Al despertar, gritó de sorpresa. Echada a su lado, recostada la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella, de blanco seno, de rosada boca, de cabellera sombría y suelta como plumaje de aves, de negras pupilas; y al preguntar atónito, Durvati quién era la admirable criatura, le fue respondido que una cautiva, una esclava, por hermosa señalada para botín real, y que a no haber sido muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y no en la de Durvati.
Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma y perpetúa los seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza, que se borró de su mente cuanto no fuese la cautiva. Olvidando planes de conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad más próxima, y embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso se crea que Durvati se entregó a la molicie y al desenfreno. Al contrario; poseído casi siempre de exquisita delicadeza, con casto arrobamiento, amaba a la cautiva a la manera que enseñan los kandas, o himnos védicos (con el atmán, o que quiere “aliento” o “espíritu”); repitiendo aquellas palabras consagradas: “En verdad, lo que amamos en la mujer no es la mujer, sino el espíritu; y quien busque en la mujer más que el espíritu, será abandonado por Brahma. “Recordando que la primera noche en que tuvo cerca a su amiga soñó Durvati que una paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron todos.
Lo que más encantaba a Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal apodo era la ternura, la mansedumbre, la piedad, la blanda condición, tan diferente de la de aquellas feroces guerreras sin atributos femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según éste intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba a ella, y pasaban juntos las largas siestas del estío a orillas de los lagos cristalinos y bajo los copudos árboles, le repugnaba más y más la idea de la crueldad y de la matanza, se le hacía más cuesta arriba lanzar al combate otra vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que da el afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de la guerra y le aseguraba que todos tienen derecho a vivir y deber de amarse, para disminuir los males que cercan en la tierra al mortal.
Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con la inacción, vejaban y oprimían a los naturales, y el país se alzaba indignado, clamando independencia o muerte. Los jefes, compañeros del victorioso Ramasinda, aficionados al combate, maldecían y renegaban de la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el momento de armar a sus elefantes de combate y arrojarse al botín y a la gloria. La sorda conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una noticia grave: contra todos los ritos costumbres y leyes, contra el decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su raza, Durvati iba a elevar al trono a aquella mujer, y regresar después a los bordes del Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas, devolviendo la libertad a sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. Cundió la nueva entre las tropas, y se oyeron maldiciones e imprecaciones contra el afeminado rey que los deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese perturbada, y que aquella bruja, secuaz de los magos, hubiese dado algún bebedizo o hierba mala al joven héroe, para que olvidase la dignidad real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia y trastorno de Durvati, se concertaron las amazonas y los jefes, y una noche, sigilosamente, sorprendieron y robaron a Paloma de la misma cámara real.
No ha logrado la Historia esclarecer su paradero; las desgarradoras quejas de Durvati, sus ruegos, sus amenazas, no consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante la insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla, idearon colocar en su lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de tornasolado cuello verdiazul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y candorosos…
No se sabe si Duvarti entendió la sátira, o si, en efecto, supuso que aquella ave arrulladora y dulce era el atmán o espíritu de su amada. Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso a un prodigio, convocó a sus huestes y les hizo saber que aquella metempsicosis de la amiga vuelta paloma significaba que Brahma quería la paz perpetua, la paz luciendo como blanca aurora sobre el mundo; y que esta resolución estaba decidido a mantenerla, cortando la cabeza sin demora a quien se opusiese o suscitase dificultades de cualquier género.
Y en efecto, en todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana.
La Vida Humana (Ramón De Campoamor)
Velas de amor en golfos de ternura vuela mi pobre corazón al viento y encuentra, en lo que alcanza, su tormento, y espera, en lo que no halla, su ventura, viviendo en esta humana sepultura engañar el pesar es mi contento, y este cilicio atroz del pensamiento no halla un linde entre el genio y la locura. ¡Ay! en la vida ruin que al loco embarga, y que al cuerdo infeliz de horror consterna, dulce en el nombre, en realidad amarga, sólo el dolor con el dolor alterna, y si al contarla a días es muy larga, midiéndola por horas es eterna.