Nunca, nunca otros labios te besarán así;
ni ojos habrá que lloren de amor, como he llorado,
ni manos que, temblando, se acerquen a ti
con la ternura inmensa con que yo me he acercado.
Ni corazón más claro, ni dolor más fecundo
hallará la arrogancia de tu frente cansada,
ni un decir más sencillo, ni un sentir más profundo
encontrarás de nuevo en la larga jornada.
Y cuando yo haya muerto y camines doliente,
evocando mi nombre ante cada mujer,
como yo te llamaba, me llamarás ferviente,
¡y ya no podrá ser!