Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada. Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba. Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago. Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba! Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua: Habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.
El dulce milagro (Juana De Ibarbourou)
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas. Y voy por la senda voceando el encanto y de dicha alterno sonrisa con llanto y bajo el milagro de mi encantamiento se aroman de rosas las alas del viento. Y murmura al verme la gente que pasa: «¿No veis que está loca? Tornadla a su casa. ¡Dice que en las manos le han nacido rosas y las va agitando como mariposas!» ¡Ah, pobre la gente que nunca comprende un milagro de éstos y que sólo entiende, que no nacen rosas más que en los rosales y que no hay más trigo que el de los trigales! que requiere líneas y color y forma, y que sólo admite realidad por norma. Que cuando uno dice: «Voy con la dulzura», de inmediato buscan a la criatura. Que me digan loca, que en celda me encierren, que con siete llaves la puerta me cierren, que junto a la puerta pongan un lebrel, carcelero rudo, carcelero fiel. Cantaré lo mismo: «Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen». ¡Y toda mi celda tendrá la fragancia de un inmenso ramo de rosas de Francia!
La Rueca (Francisco Villaespesa)
La Virgen cantaba, la dueña dormía... La rueca giraba loca de alegría. -¡Cordero divino, tus blancos vellones no igualan al lino de mis ilusiones! Gira, rueca mía; gira, gira al viento... ¡Amanece el día de mi casamiento! ¡Hila con cuidado mi velo de nieve, que vendrá el Amado que al altar me lleve! Se acerca... Le siento cruzar la llanura... Sueña la ternura de su voz el viento... ¡Gira, rueca loca; gira, gira, gira! ¡Su labio suspira por besar mi boca! ¡Gira, que mañana, cuando el alba cante la clara campana, llegará mi amante! ¡Cordero divino, tus blancos vellones no igualan al lino de mis ilusiones! La luz se apagaba; la dueña dormía; la Virgen hilaba, y sólo se oía la voz crepitante de la leña seca..., y el loco y constante girar de la rueca.
Soneto II Paz (Francisco Villaespesa)
Este cuarto pequeño y misterioso tiene algo de silencio funerario, y es una tumba, el lecho hospitalario donde al fin mi dolor halla reposo. Dormir en paz, en un soñar interno, sin que nada a la vida me despierte. El sueño es el ensueño de la muerte, como la muerte es un ensueño eterno. Cerrar a piedra y lodo las ventanas para que no entre el sol en las mañanas y, olvidando miserias y quebrantos, dormir eternamente en este lecho, con las manos cruzadas sobre el pecho, como duermen los niños y los santos.
Hojas de hierba, fragmento. (Walt Whitman)
Un niño me preguntó: “¿qué es la hierba?”, mostrándomela a manos llenas. ¿Cómo podía responderle yo, si tampoco lo sé? Quizás sea la bandera de mi temperamento, tejida con la sustancia verde de la esperanza. Acaso sea el pañuelo de Dios, un regalo perfumado que se pierde a sabiendas, en alguno de sus extremos lleva un nombre bordado para que al verlo preguntemos: “¿de quién?”. O quizás es la hierba ella misma un niño, tierno retoño de la vegetación. Es tal vez un jeroglífico uniforme cuyo significado es brotar por igual en tierras anchas y estrechas. Crecer entre negros y blancos, canadiense, piel roja, senador, inmigrante, a todos os acoge y se os da por igual. Y ahora se me antoja que es el largo cabello de las tumbas. Te usaré tiernamente, dulce hierba rizada. Podría ser que brotaras del pecho de los jóvenes a los que habría amado de haberlos conocido. Podrías ser que nacieras de los ancianos o de los niños arrebatados tempranamente al regazo de sus madres y ahora eres tú el regazo de esas madres. Pero esta hierba es demasiado oscura para proceder de las blancas cabezas de las madres ancianas. Es más oscura que las descoloridas barbas de los ancianos, Demasiado oscura para brotar de tiernos paladares rosados. Percibo también tantas lenguas que hablan, y comprendo que no surgen en vano sus desarticuladas voces. Quisiera poder traducir lo que cuentan de los jóvenes, hombres y mujeres que han muerto, de los viejos y de las madres, de los niños que quedaron demasiado pronto sin protección. ¿Qué crees que ha sido de los jóvenes y de los viejos? ¿Qué crees que ha sido de las mujeres y de los niños? Todos están vivos y sanos, y en algún lugar nos esperan. La más pequeña hoja de hierba nos enseña que la muerte no existe y si alguna vez existió, dejó paso a la vida, no está aguardando al final del camino para detener su marcha. Dejó de existir en el momento en que surgió la vida. Todo avanza y se extiende, nada, pues, se destruye, Y la muerte no es como la suponemos sino más feliz.
Poema de la Despedida (José Ángel Buesa)
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste… No sé si te quería…
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.