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Hojas de hierba, fragmento. (Walt Whitman)

Un niño me preguntó: “¿qué es la hierba?”, mostrándomela a manos llenas.
¿Cómo podía responderle yo, si tampoco lo sé?
Quizás sea la bandera de mi temperamento, tejida con la sustancia verde de la esperanza.
Acaso sea el pañuelo de Dios,
un regalo perfumado que se pierde a sabiendas,
en alguno de sus extremos lleva un nombre bordado para que al verlo preguntemos: “¿de quién?”.
O quizás es la hierba ella misma un niño, tierno retoño de la vegetación.
Es tal vez un jeroglífico uniforme cuyo significado es brotar por igual en tierras anchas y estrechas.
Crecer entre negros y blancos,
canadiense, piel roja, senador, inmigrante, a todos os acoge y se os da por igual.
Y ahora se me antoja que es el largo cabello de las tumbas.
Te usaré tiernamente, dulce hierba rizada.
Podría ser que brotaras del pecho de los jóvenes
a los que habría amado de haberlos conocido.
Podrías ser que nacieras de los ancianos o de los niños arrebatados tempranamente al regazo de sus madres
y ahora eres tú el regazo de esas madres.
Pero esta hierba es demasiado oscura para proceder de las blancas cabezas de las madres ancianas.
Es más oscura que las descoloridas barbas de los ancianos,
Demasiado oscura para brotar de tiernos paladares rosados.
Percibo también tantas lenguas que hablan,
y comprendo que no surgen en vano sus desarticuladas voces.
Quisiera poder traducir lo que cuentan de los jóvenes, hombres y mujeres que han muerto,
de los viejos y de las madres, de los niños que quedaron demasiado pronto sin protección.
¿Qué crees que ha sido de los jóvenes y de los viejos?
¿Qué crees que ha sido de las mujeres y de los niños?
Todos están vivos y sanos, y en algún lugar nos esperan.
La más pequeña hoja de hierba nos enseña que la muerte no existe
y si alguna vez existió, dejó paso a la vida, no está aguardando al final del camino para detener su marcha.
Dejó de existir en el momento en que surgió la vida.
Todo avanza y se extiende, nada, pues, se destruye,
Y la muerte no es como la suponemos sino más feliz.
 

 

Poema de la Despedida (José Ángel Buesa)

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste… No sé si te quería…
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
 
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
 
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
 
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Dale vida a tus sueños (Mario Benedetti)

Dale vida a los sueños que alimentan el alma,
no los confundas nunca con realidades vanas.
Y aunque tu mente sienta necesidad, humana,
de conseguir las metas y de escalar montañas,
nunca rompas tus sueños, porque matas el alma.
Dale vida a tus sueños aunque te llamen loco.
No los dejes que mueran de hastío, poco a poco.
No les rompas las alas, que son de fantasía,
y déjalos que vuelen contigo en compañía.
Dale vida a tus sueños y, con ellos volando,
tocarás las estrellas y el viento, susurrando,
te contará secretos que para ti ha guardado
y sentirás el cuerpo con caricias, bañado,
del alma que despierta para estar a tu lado.
Dale vida a los sueños que tienes escondidos,
descubrirás que puedes vivir estos momentos
con los ojos abiertos y los miedos dormidos,
con los ojos cerrados y los sueños despiertos.