En Los Ángeles un hombre llamado César tuvo que faltar a su trabajo para acudir a la corte debido a una pequeña infracción de tránsito. Mientras esperaba varias horas a que atendieran su caso, comenzó a impacientarse. Cuando por fin oye su nombre, de inmediato se pone de pie frente al juez, solo para oír que la corte descansaría el resto de la tarde y lo llamarán hasta el día siguiente.
—¡Maldición, no es posible! —exclama César tan molesto que golpea el estrado.
El juez, irritado por el tedioso día de trabajo que ha tenido, grita:
—¡Veinte dólares de multa por maldecir dentro de la corte! ¡Y claro que es posible!
Entonces, el magistrado, al darse cuenta de que el hombre toma su billetera y revisa su interior, añade:
—Bueno pero no debe pagar la multa ahora, puede hacerlo mañana.
—Un momento por favor, señor juez —responde César—. Estoy viendo si me alcanza para maldecir otras tres veces más.