Hace algún tiempo, el maestro Eduardo, catedrático de una prestigiosa universidad de enfermería en la Ciudad de México, estaba dando una clase. Ese día todos sus alumnos, especialmente las chicas o al menos la mayoría parecían estar distraídas susurrándose algo en vez de concentrarse en el tema. A mitad de su disertación se dio cuenta de que una alumna de la primera fila le pasaba un papelito doblado al compañero de al lado. En ese momento, el maestro interceptó el papel al tiempo que exclamaba, malhumorado:
—¡A mí no me gusta que se envíen recaditos cuando estoy enseñando!. Se distraen y luego por eso no aprenden.
Enseguida, sin haber leído el contenido del papelito, lo metió en la bolsa de su pantalón y siguió dando la clase, pero ahora molesto debido a las tonterías de sus alumnos.
Varias horas más tarde, ya que se encontraba en su oficina, el profesor Eduardo recordó el incidente, sacó el papel y leyó lo que tenía escrito: “Juan, por favor dile al profesor que tiene abierto el cierre del pantalón, y que se le ve el bóxer azul con hoyitos que trae, porque a mí y a todas las chicas nos da vergüenza hacerlo”.